viernes, 2 de abril de 2010

Los días pasaban

Ambos amaban el bosque, pero por mucho tiempo no regresaron.

Casi sin darse cuenta, se alejaban recorriendo la rivera, siguiendo el rumor del agua corriendo ligera, tomando el sol o bañandose. Las noches se fundían con historias de sus aventuras, con sueños pasados, con recuerdos alegres de ese mismo día; ninguno de los dos podía decir exactamente en qué momento dejaban de mirar las estrellas para mirar las maravillas inconexas de los sueños.

Era un ir y venir constante pero imperceptible. Tampoco se dieron cuenta cuando se alejaron del cauce del río, llegando a una planicie llena de flores y algunos árboles aislados que daban buena sombra. Cocinando con lo que hubiera a la mano, el momento de la preparación se alargaba con juegos, hablando de las novedades del momento. Siempre había algo sencillo pero delicioso, con olor a ajonjolí, hierbas, naranjas o pimienta.

Pasaban mucho tiempo en un pueblo donde se presentaba una historia diferente cada noche en la plaza. Con algodones de azúcar, elotes asados y gorditas de chicharrón todas las señoritas y parejas asistían al evento nocturno. Historias de amigos, de luchas, de aventuras, de cómo se ve la vida, de asesinos, de amor. Ellos llegaban poco antes de la función montados en caballos pequeños y juguetones, se sentaban en el borde de la fuente y miraban absortos cada escena, ella recargada en su hombro, él tomando un taza de chocolate caliente.

Para ellos los días pasaban constantes, siempre diferentes y jugosos. Para ellos, la vida era un caminar por el mundo, siempre mirando, siempre saboreando.

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