viernes, 6 de febrero de 2009

La cuidad

Era un buen día, el tiempo fresco y la luna apacible.

Así que decidió caminar al lado de su compañera, estaba demasiado cansada para montar en la bici y prefería caminar paciente por la ciudad, no tardaría más de cuarenta minutos.

Hace más de un año que atravesaba esa colonia, calles casi desiertas a excepción de uno que otro taller mecánico aún abierto al caer la tarde. Hermosas calles libres en donde podía conducir sin preocupaciones ni prisa.

Estaba cansada pero aun así tenía ánimo para ver una película, sentarse a platicar o simplemente pasar el tiempo en compañía...

Un chico desgarbado, las dos manos firmemente levantadas, presionó con algo la cabeza de un hombre en un auto. La chica caminando confiada por la calle sólo se dio cuenta de algo, del peligro... hasta que estuvo a menos de dos metros del auto.

No quiso correr, llamar la atención, qué pasaba, no quería estar involucrada.

Cambio de lado de la calle, lo que el muchacho sostenía era un control remoto y ahora festejaba lo real que su amenaza sonaba por fin. Aquellos que deciden robar autos en los semáforos tienen que estar seguros de lo que hacen. Hay que ser profesionales, pues.

No quería asustarse, ni juzgar; ella esta siempre a favor de tolerar al prójimo, incluso si hace daño. Quería tan sólo pensar en aquella noche, encontrarse con alguien, y
hacía las llamadas pertinentes.

-¿Quieres un celular?- un hombre de baja estatura preguntando a su compañero, frente al taller y caminando tan directamente hacia ella y su bici. Tan casual y cauteloso, pero se arrepintió porque la chica se había dado cuenta, de algo... de él.

Suficiente por una tarde, montó la bici y dejó la colonia.

Esa noche lloró.

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