De las cosas que se cuentan sin hablar.
De esas que son tan fáciles de transmitir con la punta de los dedos; porque en esos momentos no caminamos cadera con cadera, los brazos rodeando la cintura. De esas cosas que sólo son descubrir y llenarse de sensaciones nuevas; porque son normalmente nuevas para los dos.
Como llegar a un refugio con las estrellas alumbrando y al fondo la silueta de una ciudad contra el cielo azul rey de una noche despejada. Y de pronto el silencio que creamos, como una burbuja que nos une, que se va extendiendo a medida que los dos absorbemos la atmósfera del nuevo lugar.
Y es cierto, en ese instante nuestras manos se separan, somos una expedición que se divide por dos caminos para luego reencontrarse. Pero aún ahora no me atrevo a romper el silencio que dura varios minutos...
Cuando la esfera de asombro se ha desvanecido casi por completo nos damos cuenta que estamos sentados uno junto al otro, y seguro que las manos hablarán antes que nosotros.
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