La nieve cae,
sigue simplemente su curso en caída libre, es ligera y tal parecería que ella misma disfruta la libertad de sólo caer y caer...
y cada copo (hecho de varias docenas de copitos) se posa suavemente sobre la rama de un árbol, el pasamanos de una escalera, la nariz de alguno que otro transeúnte. Y si miras a contraluz se percibe toda la profundidad de una calle, está cubierta de miles y miles de copos, a distintas alturas y distancias, todos cayendo, suavemente, dejándose llevar como los pequeños trozos de algodón de azúcar que escapan a los vendedores en las ferias.
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