Desperté,
con el tiempo en mis manos.
Pensé que en esa oportunidad, uno querría desdoblarlo, tomar sólo un minuto y multiplicarlo, como el milagro del pan y los peces. Hacer que el día durase ahora por lo menos unas 28 horas.
Que los rayos del sol poniente se prolongasen al menos por 2 horas. ¿Has notado el resplandor de las hojas en los árboles con la luz cayendo casi horizontalmente sobre ellas? Todo cobra un matiz rojizo y cálido. Uno podría intentarlo todo o perdonarlo todo en esos momentos.
Que las noches plateadas durasen lo suficiente para despertar después de una larga siesta y aún tener tiempo de caminar y caminar sintiendo el frescor de la noche en el rostro, o el silencio donde lo único que se percibe es la respiración tranquila. Uno podría entenderlo todo y sonreir comprendiendo que esto no es más que una broma que nos hace el dios bondadoso.
O tal vez tenía conmigo la única oportunidad de cambiar el orden del tiempo, reorganizarlo, hacerlo rendir...
Pero no, tenía el tiempo en mis manos
y miraba apacible de un entrenamiento de tenis, disfrutaba de un vaso con fruta y granola.
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